Ser víctima del conflicto armado interno en Colombia

Debo empezar diciendo que no soy víctima del conflicto armado interno en Colombia. Sin embargo, he trabajado en este tema durante toda mi vida profesional: Creé una fundación con varios compañeros de mi Universidad Nacional con el objetivo de ayudar a población desplazada y vulnerable, trabajamos en Soacha, en Cazuca, en Ciudad Bolívar, Kennedy, Usme y Bosa, mi tesis de Maestría en Política Pública en Alemania fue sobre el desarraigo, la revictimización, la pobreza y la exclusión social que sufren las víctimas de desplazamiento forzado en Colombia, trabajé en la Unidad de Víctimas analizando datos y elaborando informes, entre ellos los que se llevaron a la Habana, Cuba para discutir el punto 5 de Víctimas en el marco de las negociaciones de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC; en el Departamento Nacional de Planeación trabajé construyendo una herramienta de medición de integración comunitaria para darle sostenibilidad a los procesos de retorno y reubicación y construí los indicadores de goce efectivo de derechos para víctimas de hechos diferentes a desplazamiento forzado. Toda esta hoja de vida resumida para decir qué es un tema que me apasiona, que he visto de cerca, que he estudiado, analizado, investigado pero más allá, que me duele.  

El tema llegó a mi vida sin buscarlo, sin esperarlo, pero llegó a darle sentido. No tiene sentido la vida hasta que uno encuentra una causa por la que la daría. Como verán no es para mí cualquier tema. Cuando tengo la fortuna de trabajar en él, para mí no es un trabajo cualquiera, lo hago con afecto, le pongo el corazón, es un tema personal. Creo que tiene esa importancia para mí porque encierra en sí mismo lo peor y lo mejor de la condición humana, lo peor y lo mejor de los colombianos, lo peor y lo mejor de este país. Encierra la crueldad y la sevicia máxima que puedan darse en el planeta, la injusticia más indignante, la corrupción más aberrante, la exclusión más sistemática y a su vez la más admirable resiliencia, la más impensable fortaleza, la más grande nobleza; las víctimas del conflicto armado interno en Colombia son una de las razones por las que a pesar de todo aún me queda amor por mi país. 

No he encontrado en ningún lugar del mundo que haya tenido la suerte de visitar, la generosidad y la grandeza que encontré en Cazuca, en las intrincadas calles de Bosa, en las lomas frías de Usme, en las densas calles de Kennedy, los lugares en donde viven las víctimas de la violencia que tengo la inmensa fortuna de conocer. Las víctimas me han hecho ver de otra forma mi origen, lo que significa ser colombiano, la responsabilidad, la trascendencia de nacer en un país tan turbulento y sufrido como este. Son las mejores personas que han vivido las peores cosas que cualquier ser humano podría vivir. Es una paradoja tan grande que apenas la entiendo. Tal vez es cuestión de pensar que fue precisamente su inocencia la que las hizo víctimas, su pobreza, lo excluidas que siempre estuvieron, el hecho que en muchos casos empezaran a ser ciudadanos y sujetos de derechos después de haber sufrido la victimización, otra de las paradojas que nos ha dado este conflicto. 

¿Qué se siente ser víctima del conflicto armado interno en Colombia? Dado mi conocimiento, mi limitado conocimiento, el amor y la compasión que siento por las víctimas en mi país y por mis propias experiencias personales, ser víctima del conflicto armado interno en Colombia se parece mucho a vivir momentos que uno no puede creer que estén sucediendo, porque por más cercana que se sienta la violencia, nada lo prepara a uno para ser víctima de ella, nada. 

Darse cuenta que a ojos de otros seres humanos uno no es persona digna de respeto, que no tiene derecho a su propio cuerpo, a su integridad y tampoco a su vida ni a la de aquellos que ama, es un ataque directo a nuestra propia naturaleza humana, ser sujeto del odio y del desprecio más profundos, de la más absurda indolencia es una herida que se abre no sólo en los cuerpos de las víctimas sino en el corazón. Ser víctima de la violencia en Colombia es ser testigo de un hecho que no se puede creer que sea real, que la mente no se explica y por el cual uno siente que se le va toda la alegría, que se eliminan todas las posibles sonrisas y toda la capacidad de ser feliz. ¿Y usted, ha sentido eso alguna vez? ¿Ha vivido un hecho que en ese mismo momento sabe que le va a cambiar la vida para siempre, que casi borra todo lo bueno que ha tenido su existencia hasta ese momento, que parece condenarlo a la infelicidad eterna, que le hace preguntarse para qué nació, porqué nacer para vivir algo así… que lo ha llevado a pensar que de pronto era mejor no haberlo hecho?

Cabe decir que uno puede vivir hechos así sin ser víctima del conflicto en Colombia. Hacen parte del riesgo de estar vivo. Hay tragedias y hechos terribles que causan todo lo mencionado anteriormente a quien los sufre. Son hechos que le hacen a uno preguntarse: ¿Cómo voy a reponerme de esto? ¿Cómo voy a seguir adelante? ¿Cómo voy a seguir respirando después de esto? ¿Cómo voy a levantarme?

Tarde o temprano a todos nos pasan cosas que nos hacen cuestionarnos de esa manera, la muerte de un familiar, una enfermedad, el abandono, el maltrato por parte de un ser querido, el desamor, dolores que nos pueden partir el espíritu por la mitad, hacer añicos el corazón, botarnos al infinito de la tristeza, de la desesperanza. Eso precisamente y de formas en muchas ocasiones indescriptibles es lo que sufren las víctimas de la violencia en nuestro país. 

Qué importante es empezar a sentir compasión y empatía por nuestras víctimas, ponerse en su lugar, sentir su dolor, sentir sus alegrías, acercarse a sus historias y aprender de ellas. Cuán sabios seríamos los colombianos de conocer e interiorizar sus historias de resiliencia, de perdón y esperanza.

De sentir compasión por nuestros mejores compatriotas, que país tan distinto que tendríamos.

*La imagen de cabecera fue tomada de la exposición fotográfica: El Testigo, de Jesús Abad Colorado y producida por la Universidad Nacional de Colombia, que se expone en estos momentos en el Claustro San Agustín. Es un relato conmovedor y confrontador de la violencia y el conflicto armado en Colombia; es un homenaje a la valentía y resiliencia de nuestras víctimas, cuyo dolor deber hacer parte de todos nosotros por el simple hecho de haber nacido en la misma tierra. Todos invitados, va hasta el 29 de abril de 2019.

»Ningún evento tan revelador de la condición humana como la guerra. Aunque es antiética por excelencia, aquellos hombres y mujeres que la sobreviven son la personificación de la solidaridad y el amor, de la dignidad y la resistencia contra la impiedad de los verdugos y los corruptos. Ellos son la estética y la vida en medio del dolor»

Deja un comentario